Por Carlos Polo, publicado en La Abeja
El asesinato de Charlie Kirk no es un hecho aislado ni una mera tragedia producto del fanatismo individual de Tyler Robinson o quien finalmente le haya disparado. Es la consecuencia lógica de un clima ideológico en el que el disidente es deshumanizado, reducido a “enemigo del pueblo” y, en última instancia, declarado culpable por existir. Lamentablemente esta lógica no es nueva: hunde sus raíces en la Revolución Francesa, en los totalitarismos del siglo XX y hoy encuentra en el wokismo globalista su expresión más pulida.
Agustín Laje, en su libro Globalismo, advierte que el Terror de la Revolución Francesa no fue simplemente una técnica de gobierno, sino un sistema de exterminio destinado a eliminar toda disidencia, real o imaginaria. Un recuento conservador estima en 40,000 las víctimas mortales entre 1792 y 1794 como resultado directo de estas políticas. Y en la región de La Vendée, los campesinos católicos fueron deshumanizados al ser tildados de “monstruos”, lo que abrió la puerta a una masacre aún mayor: entre 200,000 y 600,000 personas fueron aniquiladas sin distinción de edad ni sexo.
El wokismo contemporáneo reproduce ese mismo mecanismo donde la deshumanización es la antesala de la violencia. Para un woke, el disidente no es simplemente alguien con ideas distintas: es un “fascista”, un “misógino”, un “transfóbico”, un “supremacista blanco”. La palabra ya no describe: sentencia. La etiqueta sustituye a la persona, y la persona queda habilitada para ser cancelada, censurada o, como en este caso, asesinada.
Para un militante woke, los debates universitarios o los argumentos de Kirk son irrelevantes. Su sola condición de opositor bastaba para condenarlo como un ser “intrínsecamente culpable”. Por eso, su asesinato no fue visto como un crimen, sino celebrado como un acto de “justicia histórica”.
Las redes sociales se inundaron de mensajes de júbilo: “Se lo merecía”, “uno menos que difunda odio”, “la justicia llegó por otras manos”, “su discurso de odio generó reacciones violentas”. No eran simples exabruptos pasajeros, sino expresiones cargadas de un sentido perverso, cultivado por la ideología. Ese lenguaje, lejos de ser espontáneo, reproduce la lógica del terror totalitario que describe Laje: deshumanizar al disidente para justificar su eliminación.
La reacción medios afines al wokismo no fue distinta. Algunos se apresuraron a distorsionar los hechos, sugiriendo incluso que se trató de un disparo accidental de un seguidor de Kirk. Conductores de televisión y comentaristas vinculados al Partido Demócrata desviaron la atención hacia el debate sobre el uso de armas, llegando a culpar a la propia víctima por haber defendido el derecho a portarlas. Otros relativizaron el crimen como una consecuencia “inevitable” de la polarización política, presentando el asesinato como parte de una violencia simétrica entre dos bandos, mientras portadas como la de Time se limitaban a pontificar con un escueto “Basta”.
Esta narrativa responde a la misma lógica que Robespierre en 1794: el terror como emanación de la virtud, la violencia como necesidad para la pureza del pueblo. Hoy, los medios aliados al progresismo woke han heredado ese rol: legitimar la persecución del disidente, aunque ello signifique maquillar un homicidio.
La historia demuestra que las ideas tienen consecuencias sangrientas. Cuando la “virtud revolucionaria” se absolutiza, el opositor se convierte en un obstáculo a eliminar. Así funcionó en la Francia del siglo XVIII, en la Rusia soviética, en la Alemania nazi, en la China comunista.
Hoy, el wokismo es el heredero ideológico de esa tradición. Bajo la bandera de la diversidad, la equidad y la inclusión, establece categorías de opresores y oprimidos. El heterosexual, el blanco, el hombre, el cristiano, el conservador: todos ellos forman parte del bloque de “culpables estructurales”. No es necesario que actúen ni que digan nada; su mera existencia es suficiente para ser perseguidos.
Charlie Kirk, por tanto, no murió por lo que dijo en la universidad Utah, sino por lo que representaba en la narrativa totalitaria: la resistencia viva a la ingeniería social globalista.
Durante años, la cultura woke ha ensayado la eliminación del disidente en el terreno simbólico. Las campañas de cancelación, los despidos sumarios, la censura en redes. La demonización mediática fue preparando el terreno.
Ciertamente la muerte de Kirk marca un salto cualitativo: de la cancelación simbólica al exterminio físico. Y lo más grave es que ese salto se celebra como si fuera un triunfo moral. Sin embargo, es un paso más en la deshumanización provocada por una ideología totalitaria. Exactamente como en la Vendée, donde la aniquilación de cientos de miles de campesinos fue presentada como la victoria de la razón y la libertad.
Un peligro que no podemos minimizar
Quien crea que esto es solo un exceso puntual no ha comprendido el alcance del problema. La deshumanización es siempre la antesala de la violencia. Cuando un sector social es declarado culpable por definición, la violencia contra él se vuelve no solo tolerable, sino deseable.
Hoy la bala que mató a Charlie Kirk salió del cañón de un fanático, pero fue cargada por años de discurso de odio contra quienes no se arrodillan ante el catecismo woke. Y mañana, si no se enfrenta con claridad, esa bala puede apuntar contra cualquiera que se atreva a pensar distinto.
El asesinato de Charlie Kirk es un llamado de alarma. No se trata de defender a una persona, sino de defender el principio mismo de libertad de expresión y el derecho a disentir sin ser convertido en enemigo público.
Frente al totalitarismo disfrazado de sensibilidad, solo queda la claridad moral y política. Hay que denunciar sin eufemismos que el wokismo es la nueva religión política del globalismo, con su propio tribunal de la virtud y su propia guillotina simbólica —o literal.
Aceptar su lógica es aceptar que, tarde o temprano, todos podremos ser señalados como culpables intrínsecos. Resistirla es defender la vida, la libertad y la dignidad de la persona frente al avance del actual terror revolucionario.
Fuente: CanalB
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