Por María Isabel León, empresaria y expresidenta de la Confiep
Publicado en El Comercio
El mensaje tras CADE Ejecutivos 2025
Hay momentos en los que un país parece agotarse. Cuando la desconfianza se instala en el alma colectiva y las voces se dispersan entre la indignación y la resignación, pareciera que ya no queda nada que decir. Pero es precisamente en esos momentos cuando se pone a prueba nuestra fibra moral, cuando descubrimos si somos espectadores de la historia o protagonistas del cambio.
CADE Ejecutivos 2025, que se realizó hace unos días, nos devolvió esa mirada interior. No fue un evento de autocomplacencia ni un catálogo de cifras; fue un llamado a la conciencia. Nos recordó que el Perú no se transformará con discursos, sino con acción; no con promesas, sino con coherencia.
Nos recordó que liderar es servir, y que servir exige coraje, convicción y una dosis saludable de humildad.
Durante años, hemos permitido que la distancia entre el empresariado, el Estado y la ciudadanía se ensanche. Cada uno ha hablado en su propio idioma, como si el otro fuera un adversario y no un aliado.
Pero un país no se construye desde la sospecha. Se construye desde la confianza, desde la voluntad de tender puentes, incluso cuando el camino parece roto.
Y sí, confiar cuesta. Pero desconfiar cuesta más: nos roba oportunidades, paraliza inversiones, destruye esperanzas.
El Perú necesita empresarios que no solo midan su éxito en utilidades, sino en impacto; que entiendan que la prosperidad privada es insostenible si no viene acompañada de progreso público. Necesitamos dirigentes que hablen menos de poder y más de propósito; menos de rentabilidad inmediata y más de legado.
Porque el verdadero liderazgo no es acumular, sino transformar. Y el verdadero progreso no se mide en metros de concreto ni en puntos del producto bruto interno, sino en la capacidad de un país de mirar al futuro con esperanza.
En estos días, muchos sentimos que el Perú se nos escapa entre los dedos, atrapado entre la inercia política y la desesperanza social. Pero si algo nos ha enseñado esta edición de CADE Ejecutivos es que el Perú no se rinde. Que en medio del ruido todavía hay personas que creen, que emprenden, que apuestan, que enseñan, que siembran, que no se resignan.
Y que la tarea de los líderes –públicos, privados y sociales– es no defraudarlos.
Esa es, en el fondo, la mayor responsabilidad de nuestra generación: reconstruir la confianza y recuperar la fe en nosotros mismos.
El Perú no necesita que lo salven. Necesita que lo amemos lo suficiente como para servirlo.
Fuente: CanalB
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