Por Crnl. FAP (r) Jorge Gal’Lino, publicado en Política y Estrategia
Durante décadas, la supremacía aérea fue el símbolo indiscutible del poder militar. Cazas furtivos de quinta generación, bombarderos estratégicos con capacidad nuclear, misiles aire-aire de largo alcance: todos estos elementos conformaban la cúspide de la proyección de fuerza en los cielos. Pero ese paradigma se está derrumbando ante nuestros ojos. La guerra ha cambiado. Y lo ha hecho a gran velocidad.
De la superioridad aérea al enjambre low-cost
En mayo de 2025, Ucrania ejecutó una serie de ataques a gran escala con más de 300 drones FPV y vehículos aéreos no tripulados de largo alcance, penetrando profundamente en la región rusa de Belgorod y destruyendo un centro logístico clave del Ministerio de Defensa ruso. No fue simplemente una operación exitosa: fue una demostración de que la era del avión de combate como símbolo absoluto de poder ha llegado a su ocaso.
Hoy, un dron impreso en 3D, con componentes de consumo, código abierto y software adaptativo, puede dañar activos valorados en cientos de millones de dólares. Mientras el mantenimiento operativo de un F-35 puede superar los 44,000 dólares por hora de vuelo, un enjambre de drones puede operar en masa por una fracción, causando daño táctico, psicológico y logístico en tiempo real.
Lo mismo ocurrió a inicios de abril, cuando drones de bajo costo ucranianos alcanzaron la base aérea de Engels, hogar de los bombarderos nucleares estratégicos rusos Tu-95. Sin disparar un solo misil ni mover un caza, lograron vulnerar uno de los nodos más simbólicos de la doctrina de disuasión rusa.
Enjambres: el arma evolutiva
La clave no está sólo en el precio. Los drones de combate actuales son una extensión del concepto de “guerra en red”. Coordinados mediante sistemas de inteligencia artificial, conectados a través de canales distribuidos e integrados a sensores terrestres, aéreos y espaciales, operan como enjambres adaptativos. Comparten datos, reconfiguran rutas, atacan desde múltiples vectores y confunden a los sistemas antiaéreos tradicionales.
En marzo de 2025, el mundo fue testigo de otro giro significativo. Un ataque con más de 70 drones iraníes Shahed y misiles balísticos contra el puerto israelí de Haifa logró burlar parcialmente el Domo de Hierro, provocando daños materiales y forzando una reorganización táctica de las Fuerzas de Defensa de Israel. No fue una falla del sistema, sino una saturación deliberada y efectiva de su capacidad de respuesta.
Lo mismo ha ocurrido en el Mar Rojo, donde drones y misiles yemeníes hutíes han puesto en jaque a destructores de la Marina de EE.UU. equipados con sistemas Aegis, obligando a gastar millones de dólares en misiles interceptores SM-2 para neutralizar amenazas que apenas costaban unos cientos. Una ecuación insostenible.
Ni Rusia, ni USA, ni China están listos
Si una potencia como Rusia, con una de las arquitecturas antiaéreas más densas del mundo —S-400, Pantsir-S1, Tor-M2— no logra interceptar ataques simples y repetitivos, ¿qué posibilidades reales tienen los estados menos tecnológicamente preparados?
Estados Unidos lo sabe. El Pentágono ha lanzado iniciativas como el Replicator Program, que busca desplegar 1000 drones autónomos y semiautónomos en menos de 24 meses, replicando la lógica de guerra ucraniana. Pero el cambio es cultural y doctrinal. No basta con tener drones; se requiere pensar como enjambre, operar como red y asumir el desgaste de los activos como una ventaja estratégica, no como una pérdida.
China, por su parte, ha desplegado con éxito formaciones de enjambres de drones durante sus ejercicios cerca de Taiwán en 2024, incluyendo demostraciones de guerra electrónica, reconocimiento cooperativo y ataques simulados coordinados desde embarcaciones no tripuladas. Su doctrina se está ajustando al concepto de saturación masiva y guerra cognitiva.
El riesgo de una escalada nuclear
El uso masivo de drones baratos plantea un dilema peligroso: si no pueden ser detenidos por medios convencionales, ¿las potencias nucleares verán en el arma táctica una opción de respuesta creíble? En teoría, los drones no cruzan el umbral estratégico. Pero en la práctica, pueden inutilizar sistemas de mando, atacar infraestructura crítica y debilitar la percepción de invulnerabilidad.
El general retirado estadounidense David Petraeus advirtió recientemente que la proliferación de ataques asimétricos con drones podría acelerar la adopción de respuestas desproporcionadas por parte de actores con doctrinas rígidas de disuasión. Rusia ya ha insinuado, en comunicados oficiales, que la indefensión ante ataques “tecnológicamente inferiores” podría justificar medidas excepcionales.
La batalla es digital
La guerra ya no se gana con blindaje ni velocidad, sino con código y adaptabilidad. El arma más poderosa no es un misil hipersónico, sino el firmware que controla 50 drones que se adaptan al clima, al GPS bloqueado o a interferencias EM.
En abril de 2025, investigadores ucranianos emplearon un algoritmo de navegación basado en visión computarizada para guiar drones en entornos sin GPS, burlando los sistemas de interferencia rusos en Donetsk. El software, y no el fuselaje, marcó la diferencia. Esa es la nueva frontera: algoritmos que aprenden, sensores que improvisan y hardware que se recicla.
Menos peso, más ingenio
La lección es contundente: los ejércitos del futuro serán aquellos que piensen como “startups” tecnológicas. Que iteren rápido, se adapten al entorno cambiante y busquen maximizar el impacto con mínimos recursos.
Las grandes inversiones en aviones de sexta generación, como el NGAD de EE.UU. o el Tempest del Reino Unido, seguirán su curso. Pero cada vez más analistas cuestionan si estas plataformas podrán justificar su costo frente a un enemigo descentralizado y barato. Un F-35 puede costar más de 100 millones de dólares. ¿Cuántos drones FPV se pueden fabricar con ese presupuesto? ¿Cuántos impactos simultáneos puede recibir antes de quedar fuera de combate?
Reinventando la disuasión
La era de la supremacía aérea basada en plataformas individuales está tocando a su fin. La nueva disuasión no vendrá del miedo a una bomba, sino de la certeza de que un enjambre puede vulnerar cualquier defensa. Y si los ejércitos tradicionales no se transforman —no en presupuesto, sino en mentalidad— quedarán relegados a la historia junto con los acorazados y los blitzkrieg.
El dominio no será del más fuerte, sino del mejor distribuido.
Fuente: CanalB
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