Por Manolo Fernández MD, MSC, PhD h.c.
Entre el brillo del progreso y la sombra de la miseria sanitaria, en los últimos meses el mundo entero ha sido testigo —a través de videos virales— de una realidad que estremece. Multitudes de personas en la India viven, cocinan, se bañan y beben agua en ambientes totalmente contaminados, donde las ratas deambulan entre los niños, los desechos flotan en los ríos y los cuerpos se hunden en aguas negras que deberían ser símbolo de vida, pero que se han convertido en el reflejo más descarnado de la desigualdad humana. Estas imágenes, tan estremecedoras como reales, rasgan el velo del “milagro económico” indio y exponen una verdad dolorosa: el progreso tecnológico y financiero no ha significado bienestar humano para millones de personas que siguen atrapadas en condiciones de miseria sanitaria.
La India, una nación de más de mil cuatrocientos millones de habitantes, se presenta al mundo como una de las economías de más rápido crecimiento. Pero bajo esa apariencia de potencia emergente se oculta un drama sanitario de proporciones monumentales. Su sistema de salud pública está desbordado, sobre todo en las zonas rurales, donde el acceso a servicios médicos, agua potable y saneamiento es un lujo al que la mayoría nunca ha tenido derecho. Las cifras lo confirman: enfermedades infecciosas que deberían pertenecer al pasado siguen siendo hoy una condena cotidiana. La tuberculosis, la malaria, el dengue, la hepatitis viral y las infecciones respiratorias agudas continúan cobrando miles de vidas cada año. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud, la India aporta cerca del 25 % de los casos globales de tuberculosis, un dato que por sí solo retrata el tamaño de la tragedia sanitaria que azota al país.
Las causas de esta crisis son tan múltiples como evidentes: el pobre acceso al agua potable y al saneamiento básico, la alta densidad poblacional, la desnutrición —especialmente infantil— y la carencia estructural de servicios médicos en las áreas rurales. Los videos que circulan en redes no son una exageración mediática; son una ventana abierta a la normalización del sufrimiento. No se trata de escenas aisladas de pobreza extrema, sino de la vida cotidiana de millones de personas que, sin opciones, se ven obligadas a convivir con la contaminación como si fuera parte inevitable de la existencia.
En paralelo, otro fenómeno inquietante golpea con fuerza: el aumento alarmante de cánceres en personas jóvenes. En las últimas dos décadas, los hospitales indios han visto crecer los casos de cáncer de mama y cuello uterino en mujeres jóvenes, y de cáncer pulmonar y oral en hombres, asociados al consumo de tabaco, betel y al aire cargado de partículas tóxicas. También han aumentado los cánceres colorrectales y de tiroides entre los jóvenes urbanos, reflejo de una dieta moderna cada vez más pobre en fibra y rica en grasas, del sedentarismo impuesto por las ciudades y del estrés social y ambiental. La contaminación del aire y del agua en la India es hoy una bomba de tiempo silenciosa; algunas de sus ciudades figuran entre las más contaminadas del planeta, y sus efectos se sienten en cada célula de su población.
A pesar de los avances tecnológicos y de una élite urbana que accede a medicina privada de nivel internacional, la mayoría de los indios sigue condenada a la precariedad sanitaria. El porcentaje de población que logra llegar a los 70 años sigue siendo bajo, con una esperanza de vida que apenas ronda esa cifra, mientras países desarrollados como Japón o España superan los 82 años. Las causas son múltiples y devastadoras: mortalidad temprana por enfermedades infecciosas y no transmisibles, falta de atención médica preventiva, alta incidencia de males cardiovasculares y metabólicos como la diabetes y la hipertensión, y una desigualdad social abismal que separa a quienes pueden pagar un tratamiento de quienes mueren sin diagnóstico.
El sistema de salud pública indio, aunque en expansión, depende en gran medida del gasto directo de los hogares. En otras palabras, enfermarse en la India puede significar la ruina económica de una familia. El acceso desigual a tratamientos prolongados o de alta complejidad perpetúa un círculo vicioso de pobreza, enfermedad y muerte prematura. La prosperidad de las ciudades contrasta brutalmente con los suburbios y aldeas donde las personas beben del mismo río donde se bañan, lavan la ropa y, en ocasiones, flotan cadáveres.
Esa convivencia entre modernidad extrema y atraso sanitario no es solo una paradoja nacional; es una vergüenza global. Es el resultado de un modelo de desarrollo que celebra los indicadores económicos, pero ignora la salud humana. Los videos virales que hoy escandalizan a las redes no son una sorpresa repentina, sino el desenlace lógico de décadas de indiferencia política y social. Cada niño que juega en un charco infectado, cada mujer que se baña en agua pútrida, cada anciano que muere sin atención médica es el rostro del fracaso de un Estado que ha priorizado el crecimiento del PIB sobre el derecho a vivir con dignidad.
India ha demostrado que puede lanzar satélites al espacio y liderar la industria tecnológica mundial, pero sigue sin poder garantizar agua limpia para todos sus ciudadanos. Esa contradicción moral, que ya no se puede ocultar detrás de estadísticas o discursos triunfalistas, interpela a toda la humanidad. Porque la salud no es un privilegio de los ricos ni un premio del progreso; es un derecho esencial, tan básico como respirar.
Los videos que hoy conmocionan a millones son más que un retrato de pobreza: son un grito de alerta, una advertencia de que el progreso sin justicia sanitaria es una farsa, y que el desarrollo de un país no se mide por sus torres financieras, sino por la pureza de su agua y la salud de su pueblo. La India del siglo XXI está dividida entre el esplendor tecnológico y la podredumbre de sus ríos. Y mientras las ratas siguen nadando entre los pies de sus ciudadanos, el mundo contempla con horror lo que debería provocar acción: un recordatorio brutal de que la humanidad no avanza cuando deja a millones sumergidos —literalmente— en la miseria.
Fuente: CanalB
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