Por Francisco Calisto Giampietri
Un discurso presidencial por Fiestas Patrias debería ser un ejercicio de rendición de cuentas, conexión con la ciudadanía y planteamiento de soluciones reales. Es la fecha en la que el país escucha —o intenta escuchar— a quien ocupa la máxima magistratura. Sin embargo, lo que Dina Boluarte ofreció este año fue, en el mejor de los casos, un maratón de retórica hueca.
Innecesariamente largo, plagado de frases altisonantes y promesas recicladas, su mensaje se sintió como una repetición gastada de anuncios ya escuchados. Faltó autocrítica y sobraron ataques. Los problemas urgentes —inseguridad ciudadana, corrupción, desempleo, crisis de salud— apenas aparecieron como notas al pie, en un libreto que más parecía evadir la realidad que enfrentarla.
La presidenta habló de grandes metas, pero el “cómo” quedó en la penumbra. Y sin el cómo, todo es simplemente discurso. Volvió a arrogarse logros que no son producto de su gestión. El ciudadano de a pie no vive de palabras, vive de hechos. Y en el terreno de los hechos, la desconexión es evidente: precios en alza, inseguridad imparable, instituciones corroídas y una ciudadanía harta de la frivolidad.
Si la retórica vacía de quien manda pero no comanda ya era preocupante, lo ocurrido en el Congreso completó el cuadro. Un sector de sátrapas parlamentarios decidió convertir la sesión en un espectáculo bochornoso: interrupciones constantes, gestos teatrales y uso del hemiciclo como tarima para la agitación tragi-política. El Congreso convertido en circo. El objetivo parecía claro: no debatir ideas, sino hacerse notar, aunque fuera a costa de la solemnidad del acto.
El resultado fue, sin duda, el retrato de una clase política incapaz de elevar el nivel de la discusión. Mientras el Ejecutivo improvisa un relato para sobrevivir hasta el 2026, parte del Legislativo opta por el show como estrategia. Entre ambos extremos, la ciudadanía queda huérfana de liderazgo serio.
Pero hay un asunto clave que la presidenta parece no comprender: el artículo 118, inciso 11 de la Constitución Peruana, que establece:
“El Presidente de la República tiene atribuidas las siguientes competencias en materia exterior: Dirigir la política exterior y las relaciones internacionales”.
Ergo, tildar peyorativamente a otros países como “inviables” no hace más que reforzar la percepción de que a Boluarte siempre le quedó grande el cargo. Y lamentablemente, Elmer Schialer, su canciller, intentando justificarla, se ha ganado a pulso el título de “Chauchiller” —una verdadera pena para Torre Tagle.
A esto se suma que estamos ad portas de una campaña electoral compleja y polarizada. En lugar de perderse en retóricas estériles, Boluarte debería concentrarse en dejar un país mínimamente estabilizado y pacificado para la entrega de mando. Esa debería ser su principal promesa y su verdadero legado: entregar un Perú gobernable, con instituciones funcionales y un clima político que no alimente la violencia ni el caos electoral.
Fiestas Patrias debería ser un momento para inspirar, convocar a un esfuerzo colectivo y marcar un rumbo claro. Lo que vimos fue un duelo de frivolidades: la oratoria interminable y desconectada de la presidenta frente a la teatralidad infantil de algunos congresistas. Ni una ni otra postura construyen país.
Porque un discurso puede ser largo o breve, pero lo que lo define es su capacidad de comunicar y transformar. Y el de este año, entre la retórica y el circo, no transformó nada… dejando en evidencia que la entrega del mando puede llegar con un país más dividido que nunca.
#PanchoCalisto
#DespiertaPeruDespierta
Fuente: CanalB
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