Escrito por Juan Carlos Suttor en el blog Sin Pelos en la Lengua
En su primer discurso, en el 2023 fueron 72 páginas en tres horas con ocho minutos; en el 2024, 79 páginas en cinco horas. Este año, cuando todo indicaba que la presidente Boluarte batiría su propia marca, 97 páginas, inesperadamente se saltó quince páginas y acabó de leer a las cuatro horas con doce minutos.
No me extraña, es el comportamiento de los burócratas que prefieren la cantidad antes que la calidad. Pero ¿Qué podríamos esperar de una funcionaria de tercera o cuarta categoría cuya función era emitir DNI en una oficina de Santiago de Surco y terminó siendo presidente?
La culpa, estimado lector, la tiene usted, yo, nosotros, por votar por basura sin informarnos antes o votar con el hígado.
El mensaje a la Nación de la presidente Dina Boluarte el pasado 28 de julio se erigió como un monumento a la decepción y el desencanto. Lejos de ser un faro de esperanza o una guía para la recuperación nacional, el discurso de más de cuatro horas se convirtió en un interminable compendio de promesas vacías, evasivas calculadas y una preocupante falta de autocrítica que resonó con la frustración de una nación que anhela respuestas.
La primera y más evidente señal de la desconexión presidencial fue la exasperante extensión de su alocución. Cuatro horas y media de un monólogo sin tregua, que llevó a la fatiga incluso a los más estoicos congresistas, resultaron en una audiencia fragmentada y un mensaje diluido. Este despliegue de verbosidad, más que un acto de transparencia pareció un intento de saturar con datos y cifras para ocultar la ausencia de una visión estratégica clara y la carencia de logros tangibles que justificaran tal derroche de tiempo.
La presidente, al igual que el año pasado, se dedicó a enumerar una lista exhaustiva de proyectos y cifras macroeconómicas, pintando un cuadro de recuperación y progreso. Sin embargo, este optimismo forzado contrastó con la realidad cotidiana de millones de peruanos. Los anuncios de grandes obras de infraestructura, aunque ambiciosos, a menudo resonaron como promesas ya escuchadas, proyectos heredados o iniciativas que avanzan a un ritmo exasperantemente lento. La grandilocuencia de las cifras de inversión y crecimiento del PBI chocó con la persistente informalidad laboral, la precariedad de los servicios públicos y el aumento del costo de vida que golpea a las familias.
En el crucial tema de la seguridad ciudadana, la retórica presidencial se mantuvo en el ámbito de la declaración de intenciones. A pesar de los planes y la supuesta inversión en equipamiento policial, la delincuencia común sigue siendo un flagelo que aterroriza a las ciudades peruanas. La omisión de propuestas innovadoras y la falta de autocrítica sobre la eficacia de las estrategias actuales dejaron una sensación de que el gobierno está reaccionando, en lugar de anticipar y prevenir.
Más allá de los temas abordados, fueron sus omisiones las que hablaron a viva voz. La ausencia de una discusión seria sobre la crisis climática, la explotación de recursos en áreas protegidas, la minería ilegal, el abandono de las comunidades indígenas afectadas por la contaminación, además de la inseguridad ciudadana, pintó un panorama de prioridades distorsionadas.
En definitiva, el discurso del 28 de julio de Dina Boluarte no fue el mensaje conciliador y esperanzador que Perú necesitaba. Fue, por el contrario, un reflejo de un gobierno ensimismado, desconectado de las urgencias de su pueblo y reacio a confrontar sus propias responsabilidades. En lugar de tender puentes, la presidente pareció solidificar muros, dejando tras de sí un sabor amargo de oportunidades perdidas y una nación que, una vez más, se siente a la deriva.
No termino de compartir el pensar de muchos amigos políticos, periodistas y comunicadores que resaltan el hecho de que la presidente haya podido completar un período presidencial, dándole una estabilidad que el Perú sin duda necesitaba, después de tener seis presidentes en seis años. En uno de sus últimos actos, la presidente se elevó el sueldo a S/ 35.568, algo absolutamente inmoral e inmerecido, salvo de que se trate del próximo presidente.
Fuente: CanalB
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