Por César Campos R., publicado en Expreso
Provoca parafrasear el título de esta obra del alemán Oswald Spengler –tan requerida en nuestras lecturas universitarias como “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber– luego de acceder repulsivamente al pronunciamiento de las embajadas de Estados Unidos, Alemania, Australia, Bélgica, Canadá, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Nueva Zelanda, Países Bajos, Reino Unido, Suecia, Suiza y la Unión Europea sobre el dictamen de la comisión de Relaciones Exteriores que fortalece a la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI) en su función fiscalizadora de las asignaciones económicas recibidas desde el extranjero.
Repulsivamente, porque –como bien ha dicho el canciller Javier González-Olaechea– utiliza un “tono injerencista” inadmisible de representaciones diplomáticas cuyos gobiernos jamás aceptarían reparos de otros a los debates o resoluciones de sus instituciones democráticas. Repulsiva y paradójicamente porque los embajadores europeos (los de Italia, Austria, Hungría no aparecen) suscriben tal documento en simultáneo a la aplastante derrota de las opciones políticas woke en las elecciones del Parlamento Europeo del pasado 9 de junio y con un avance de la extrema derecha (Francia y Alemania) precisamente creada y alimentada por la errática implementación de los que ellos llaman “democracias más inclusivas, equitativas, estables y prósperas”.
Deleznable también porque EE. UU. y gran parte de Europa mantienen esa mirada de conmiseración y tutelaje hacia algunas naciones de América Latina, todavía impregnada del histórico sentido culposo por sus viejos emprendimientos colonialistas. Lo he venido confirmando desde un viaje que hice a Francia el 2009 junto a otros periodistas latinoamericanos durante la presidencia de la UE ejercida por ese país. Mi conclusión fue que no tenían la menor idea sobre las dinámicas y fenómenos sociales de esta parte del hemisferio. A tal extremo que, paralelo a nuestra visita, el canciller socialista Bernard Kouchner recibió con grandes fiestas a su entonces homólogo venezolano Nicolás Maduro y rechazó todas nuestras atingencias a la ya consolidada dictadura de Hugo Chávez. Ahí empecé a sospechar que la estupidez se había apoderado de la cuna de la libertad, igualdad y fraternidad.
Así mismo repudiable que tales representaciones diplomáticas solo protejan en el fondo una “cooperación internacional” robustecida por exoneraciones concedidas a empresas privadas de su área cuya agenda subalterna resulta a veces difícil de rastrear. En nombre de la democracia, el medio ambiente, los derechos de género, la educación y otros, se esconde un activismo global que conspira contra nuestro propio desarrollo y por intereses particulares. Me falta espacio en esta columna para enumerar casos concretos.
APCI esta vez debe ser muy sólida y decidida para detectar este contrabando. Y mientras Japón o Corea del Sur, también democracias, pero del Asia y promotoras de cooperación técnica visible en nuestro provecho, no se sumen a la grosería gringa y europea, debemos sentirnos satisfechos. Occidente decae por la pretensión de universalizar disparates como, por ejemplo, el tema de la inmigración. EE. UU. agotando la paciencia de su clase media. No tienen autoridad moral alguna para jalarnos las orejas en materias donde hoy son débiles.
Fuente: CanalB
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