Por Carla García, publicado en Altavoz
En Lima se vive un estado de emergencia, pero basta salir a la puerta para saber que es puro teatro. Cerca de mi casa, quince jóvenes soldados, hombres y mujeres, pasan las horas buscando sombra bajo el sol abrasador. No patrullan, no intervienen, no actúan. Simplemente están. Son biombos humanos en una escenografía que pretende aparentar seguridad donde no la hay.
Esta imagen no solo ofende a la ciudadanía sino que es también una humillación para nuestras Fuerzas Armadas, reducidas a la inacción, mientras la presidenta Dina Boluarte vegeta en Palacio esperando que el tiempo borre sus “pecados”. La consigna es clara: fingir acción, no resolver nada y permitir que el crimen se acomode como huésped permanente.
La seguridad no se construye con soldados parados ni con decretos vacíos. Se construye con decisiones como un aparato de inteligencia real que desarticule bandas criminales, con operadoras de telefonía responsables que geolocalicen a extorsionadores y bloqueen señales en las cárceles, con bases de datos interconectadas que alerten sobre delincuentes en hospitales y programas sociales, por ejemplo.
De nada sirve capturar delincuentes si la Fiscalía y el Poder Judicial los sueltan por falta de pruebas. El caso de los 16 extranjeros liberados en Ate, pese a ser capturados con armas y drogas, es un retrato brutal de la ineficacia. La reforma de fiscales y jueces es urgente porque o fortalecemos el sistema, o seguimos viendo cómo los criminales entran por una puerta y salen por la otra.
Se construye seguridad también con Fuerzas Armadas que patrullen de verdad y ciudadanos que colaboren; con policías que estén bien armados, bien pagados y protegidos cuando usan su arma para defendernos. Se construye reclutando más efectivos y haciendo que ser policía vuelva a ser un motivo de orgullo, no de resignación.
En el Perú tenemos aproximadamente 130,000 policías para 34 millones de habitantes. Un promedio de 262 ciudadanos por agente, cifra similar a la de países como Chile o Francia, pero que aquí resulta inútil porque ni el Estado ni los políticos en ejercicio se atreven a respaldar realmente a quienes nos defienden.
Finalmente, necesitamos cárceles que no sean hoteles ni centros de comando, sino espacios donde se pague la deuda con la sociedad y se trabaje por la reinserción a través del esfuerzo productivo.
La peor cárcel no es estar entre barrotes sino vivir atemorizados en un país donde el gobierno vegeta y el crimen avanza.
Fuente: CanalB
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