Por Alejandro Navas, publicado en Diario de Navarra
Las autoridades navarras se resisten a hacerse cargo de los males que aquejan a nuestra educación. En su comparecencia ante el Parlamento para informar sobre los resultados del informe PISA, el consejero de Educación insistió en que la educación navarra supera la media española y europea, para concluir que la educación en Navarra ha mejorado. En todo caso, si hay problemas, la causa es siempre externa: la pandemia o la extensión del uso de las redes sociales y de las pantallas. Invocar como excusa que otros están peor que nosotros suena a manera infantil de escurrir el bulto. Y constituye una falta de respeto, al Parlamento y a la ciudadanía, como si nos tomara por tontos. En educación casi todo está inventado. Conviene fijarse en lo que hacen los mejores, que en España están en Castilla y León. Las claves del éxito castellano-leonés son conocidas, no hay ningún secreto: política educativa razonable y sostenida en el largo plazo, iniciada en 2003; formación continua de los profesores, con dieciséis centros dedicados a esa tarea; plan para fomentar la lectura (y el cuidado de la ortografía); programa de refuerzo para ayudar a los alumnos (fuera del horario escolar) en las materias que lo requieran; uso inteligente de las herramientas digitales; impulso de las actividades complementarias, realizadas fuera de la clase y del horario lectivo; cuidado de la convivencia, que ha disminuido el acoso escolar; empleo de alumnos mayores como tutores de los más pequeños. Los resultados están a la vista -y al alcance de cualquiera-, y no dependen del gasto: se puede hacer más con menos presupuesto. La Junta de Castilla y León se permite incluso mimar el ámbito rural y mantiene abiertos centros educativos con un mínimo de tres alumnos.
Advierto en el Gobierno foral una contaminación ideológica, que dificulta en mi opinión la necesaria corrección del rumbo de su política educativa.
Ilustro mi tesis con dos flashes del año pasado. El primero tiene lugar en una escuela de primaria municipal de la cuenca de Pamplona, donde se convoca a los padres para la tutoría. Preside el aula donde las maestras reciben a los asistentes una gran pancarta con el lema “Gora borroka feminista”. Esa noche ceno en casa de un matrimonio que ha estado en esa tutoría y que manifiesta su disgusto por lo sucedido. Les pregunto: “¿Lo habéis comentado con las maestras? Ni siquiera tendríais que protestar, bastaría con preguntar educadamente por la función o sentido de esa pancarta en esa aula”. Respuesta: “No, ninguno de los padres reaccionó”. “Entonces, no os quejéis”, añado.
Segundo flash: función teatral a cargo de los alumnos de segundo de bachillerato en un instituto. Los profesores de literatura han preparado un texto inspirado en el Siglo de Oro. Un gran trabajo, que el público -entre el que me encuentro- aplaude con entusiasmo. En opinión de los autores, se trata de una “comedia loca y macarra”, pero es mucho más que eso. Todos los varones que aparecen en la comedia son unos tipos impresentables, empezando por el rey Felipe IV. Las mujeres, en cambio, destacan por su nobleza y buen carácter. Por ejemplo, los autores ponen en escena a “la Calderona”, actriz que fue amante del rey. Pues bien, en este caso se falsea la historia y se nos presenta a una Calderona dechado de virtud, que se defiende con éxito del intento de seducción por parte de un rey libidinoso. Shakespeare aparece como homosexual. El soldado que monta guardia ante el palacio real defiende la fluidez identitaria, como si cada uno pudiera elegir con libertad ser hombre o mujer. La obra acaba con una gran traca: asamblea de todos los personajes reclamando un referéndum sobre la monarquía. ¿Qué pinta todo ese andamiaje ideológico en una recreación del Siglo de Oro? ¿Es consciente el público de la mercancía ideológica que se le ha vendido con la entrada?
He citado dos casos, pero podría haber mencionado muchos más. Como se ve, la invasión de la enseñanza, desde la primaria al bachillerato, por la ideología woke y la corrección política dominante no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. A los alumnos se les manipula, los padres apenas reaccionan y el Estado sigue adelante con su programa de ingeniería social. Ya nos avisó la ministra Celaá que los hijos no son de los padres, sino del Estado. Ese tic totalitario explica la hostilidad hacia la enseñanza concertada (y más aún si es diferenciada). Da pena que, en este punto, España siga siendo diferente: la convivencia de distintos proyectos educativos, expresión de libertad, es un logro que nuestros vecinos europeos disfrutan pacíficamente desde hace tiempo. Y les va mucho mejor.
Alejandro Navas. Sociólogo
Fuente: CanalB
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