Por Augusto Cáceres Viñas
¿Cómo alcanzar y hacer realidad algo que, desde hace mucho tiempo, parece una quimera, un imposible, incluso una pesadilla para la gran mayoría de peruanos?
¿Cómo es que el lugar por el que soñaron, lucharon, sufrieron y murieron los precursores, próceres y héroes de nuestra patria —hace ya casi 250 años— parece hoy inviable, inalcanzable, irreal?
¿Qué fue lo que pasó?
Cuando nuestros ancestros, allá por 1780 —mucho antes incluso que la Revolución Francesa—, se rebelaron contra el orden establecido, lo hicieron porque entendieron, unos pocos al principio, que no podían continuar viviendo bajo el yugo del despotismo ni en una nación de vasallos. Emprendieron entonces una gesta tan increíble como sorprendente, con la cual encendieron la llama del gran y único proyecto nacional que ha tenido el Perú: la independencia y la República.
En 1821, cuando los pueblos del Perú se declararon libres e independientes por voluntad general, sacudieron hasta sus cimientos al viejo orden monárquico y se embarcaron en un proyecto radical: una nación distinta, autónoma, construida por ciudadanos y no por súbditos; decidida aquí, y no en la península ibérica; una república de iguales, no de castas.
Nos decidimos por ser eso: una república. Aunque al principio pocos comprendían su significado, y para nuestra desgracia, muchos aún hoy lo ignoran.
Ese gran proyecto nacional —autóctono y salvaje, originado en las entrañas del pueblo— ha sufrido avances y retrocesos, más incomprensión que aceptación, más sombras que luces. Hemos caminado con él, como Abraham en el desierto: dando vueltas en círculo. Por eso, todavía hoy seguimos anclados en el mismo punto de partida.
Doscientos cincuenta años… sin movernos
Desde entonces, el mundo ha pasado por la primera revolución industrial, por una guerra devastadora con Chile, por las revoluciones marxistas, por la llegada del teléfono, la luz eléctrica, las grandes guerras mundiales, las revoluciones tecnológica, digital y cuántica, y ahora por la Inteligencia Artificial.
Y nosotros —los herederos de San Martín y Bolívar, de Túpac Amaru y Cáceres— seguimos cargando nuestro gran proyecto nacional bajo el brazo… parados en el mismo sitio en que nos dejaron los fundadores, sin haber avanzado un centímetro más allá de lo que ellos ya habían conquistado.
Con las mismas taras, los mismos desencuentros, los mismos temores, las mismas esperanzas.
La hora de la verdad
Ha llegado el momento de entender que no podemos seguir paralizados, atrapados en la inercia y la indiferencia. Debemos avanzar, a pasos firmes y decididos, en ese único gran proyecto que puede darle sentido, justicia y grandeza al Perú: la consolidación de nuestra independencia y la verdadera realización de la República.
No será tarea de unos pocos iluminados. Este proyecto nacional deberá ser la razón y el motor de todas las generaciones del presente, desde los que estamos culminando nuestro ciclo —los baby boomers— hasta los que apenas comienzan el suyo: los hijos de la pospandemia, del Bicentenario.
Será como en 1780: una sacudida que rompa las cadenas invisibles que nos atan a la mediocridad, y que transforme esta oscura catacumba nacional en un edificio sólido, prístino y resplandeciente.
Un esfuerzo colectivo que convoque a las mentes más lúcidas, a las más entusiastas, a las más calificadas y a los más decididos. A los que ya no tienen nada, y por eso ya no tienen nada que perder.
La peruanidad como fundamento
Este proyecto será la expresión viva del espíritu de Caral, de Chavín, de los Chancas, los Huaris, los Incas. De la rebeldía de los pueblos, de la tenacidad hispánica, del mestizaje prodigioso que nos conforma: africanos, europeos, asiáticos, andinos, amazónicos, costeños.
La peruanidad verdadera, aquella que nos estremece y enorgullece hasta la médula, será el alma de esta transformación.
¿Y por qué no?
Si otros pueblos —como Japón tras Hiroshima, Corea del Sur tras la guerra, Alemania tras su derrota, o Estados Unidos tras su guerra civil— lograron renacer con fuerza y visión, ¿por qué nosotros no?
Sí podemos.
Pero no será fácil. Este gran proyecto nacional no será un decreto ni una ley ni un plan quinquenal. Será una obra monumental, de largo aliento, construida con la sangre, el sudor y las lágrimas de todos los peruanos que aún creemos.
Un proyecto para los próximos 25 años que reparará lo que no hicimos en los últimos 250.
Un pacto de redención con nuestros muertos y una promesa solemne a nuestros hijos.
¡Peruanos!
Que este sea el siglo en que por fin hagamos realidad nuestra República.
Y que sea invulnerable. Para siempre.
Nota del autor:
Este artículo marca el inicio de una reflexión ineludible sobre el destino de nuestra patria. En la siguiente entrega, presentaré en detalle el Proyecto Nacional del Perú: De la Consolidación de la Independencia y la República, una propuesta integral para transformar el país en una república justa, moderna e invulnerable.
Los invito a sumarse a esta gesta.
Fuente: CanalB
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